Las aminas estimulantes

AMFETAMINA
METAMFETAMINA
DERIVADOS AMFETAMÍNICOS

El freak de la anfeta era un héroe cultural, el último vaquero temerario… condenado a desaparecer sin remisión. Le envolvía un aire de muerte.

Un buen hábito de mezedrina es el gran premio electromotriz del uso suicida de las drogas: inyectada, la amfetamina te pone a galopar las entrañas y te sube a las nubes. Es el desafío final a la capacidad de resistencia, es morir con las botas puestas a la americana, los órganos vitales bombean al límite, las sinapsis se incendian: pasas la línea roja.

En la casa de los muertos de la química moderna, en que los barbitúricos son la cámara de gas, la amfetamina es la silla eléctrica: una descarga electromagnética de alto voltaje y las luces vacilan. Se funden los plomos.

Robert Sabbag: Ciego de nieve

El legendario médico chino Li-Shi-Chang, reunió en el Pen Tsao unas 365 hierbas catalogadas como magníficas, medianas o inferiores. Entre las magníficas se encontraba el arbusto ma-huang (Ephedra vulgaris) recomendado para tratar las enfermedades pulmonares. En 1926, otro chino, K. Chen, logró aislar de ese arbusto la efedrina, actualmente indicada contra el asma y otras enfermedades alérgicas. El estudio de las propiedades de la efedrina conduciría poco después al descubrimiento de las aminas estimulantes: la mezedrina o amfetamina, la metamfetamina y los llamados sucedáneos o derivados anfetamínicos: metilfenidato y fenmetracina, entre otros.

Estos fármacos también se conocen como psicoanalépticos o simpaticomiméticos debido a que su acción es similar a la de la adrenalina, esto es, semejan los efectos de las estimulación natural del sistema nervioso simpático. Inicialmente se utilizaron en forma de inhaladores que se ofrecían como descongestionantes nasales y como estimulantes respiratorios. Las angustiadas tropas de la Segunda Guerra Mundial contribuyeron a la expansión de su uso como simples euforizantes. Posteriormente, tras la vuelta de la paz, hallaron cabida entre deportistas en busca de hazañas, estudiantes en tiempos de exámenes, profesionistas estresados y trabajadores sujetos a labores repetitivas o extenuantes como los conductores de trenes y camiones.

En los años cincuenta, cuando se supo que el uso prolongado en dosis muy elevadas estaba asociado con la aparición de psicosis tóxicas, esto es, disturbios mentales muy similares a la esquizofrenia paranoide, Japón sugirió oficialmente al Comité de Expertos de la OMS que estas sustancias se clasificaran en la Lista I, por lo menos junto con la cocaína; aunque en realidad querían abrir una nueva categoría de "fármacos más peligrosos que la heroína". Las dos memorias fueron recibidas y archivadas. Estados Unidos no apoyaba la iniciativa destinada a convertirlas en drogas sometidas a fiscalización internacional. Según Antonio Escohotado, esto puede entenderse considerando que eran productos sintéticos exportados a países subdesarrollados. La producción anual norteamericana para uso interno alcanza en 1966 la respetable cifra de 8,000 millones de píldoras, lo cual supone más de quinientas toneladas sólo en ese año (5), mientras que según reporta Robert Sabbag, para 1970 se fabricaba ya 10,000 millones de pastillas para el mismo mercado (11). Este autor sostiene también, y con justa razón, que los beneficios que obtuvieron las empresas farmacéuticas por la venta de amfetaminas y los porcentajes percibidos por la Asociación Médica Norteamericana por la publicidad de estas drogas en las publicaciones médicas, explican la gran influencia que tiene la industria entre los legisladores, entre los funcionarios de la Food and Drug Administration y entre los propios médicos, muchos de los cuales ganaban dinero por cada receta de amfetamina que extendían.

Debido a la presión internacional y a la aparición de "casos de psicosis anfetamínicas dentro del territorio nacional", los Estados Unidos cambiarían de opinión en 1974 y las colocarían dentro de la Lista II para permitir su venta con receta médica; hecho que por supuesto ocasionó el inmediato auge de la manufactura ilícita de millones de dosis, por lo general adulteradas con sustancias insolubles que dificultan su administración intravenosa y han ocasionado la muerte de varios consumidores.